19 de julio de 2009
Arnaldo Córdova
Para mí la izquierda partidista está representada sólo por el PRD, el PT y Convergencia. El PSD es sólo un grupúsculo que en muchos lugares sólo sirvió de alcahuete de partidos derechistas, como el PAN en Iztapalapa o el PRI en algún estado. ¿Cómo le fue a esa izquierda en las pasadas elecciones? Hay mucho que distinguir. Ante todo, el conflicto interno del PRD y sus resultados en la justa electoral. El papel que asumió el movimiento cívico lopezobradorista. La intervención ilegal de ciertas instituciones en el desarrollo de la elección, en particular el TEPJF. La necesidad para la misma izquierda de poner a salvo el registro de dos partidos integrantes del frente de izquierda, PT y Convergencia.
Por lo que ha podido verse, la dirección nacional del PRD, encabezada por Jesús Ortega, le apostó todo a diferenciarse ante las demás fuerzas políticas del movimiento cívico y de su líder. Lo que esperaba es fácil de verse: que electores que dan a la izquierda su voto con reservas la favorecieran en ese enfrentamiento; que las otras fuerzas políticas la avalaran por su lucha civilizada, según esa misma dirección lo postuló; que los grupos locales y regionales del PRD, aun siendo seguidores de López Obrador, se vieran tentados por ventajas electoreras que ella les ofrecía; que su confiabilidad en la negociación con el gobierno y los otros dos grandes partidos fuera obsequiada con acuerdos y fallos que le favorecieran, como ocurrió en Iztapalapa; que los medios de comunicación la distinguieran como izquierda institucional, como ella también se pregonaba, y otras más por el estilo.
Nadie entendió el propósito ni el verdadero destinatario de la campaña de medios de Ortega. Sus espots con una niña resultaron ridículos e infames desde el punto de vista de su poder de convicción. La propaganda electoral del PRD fue escasa y sin objetivos claros y se redujo a impresos expuestos en la vía pública. Los candidatos no dieron debates, acaso porque nadie los invitaba, y fue absurdo que el dirigente nacional de ese partido buscara reflectores donde no se los iban a dar, la confrontación entre panistas y priístas. Todo lo que pudo obtener el PRD se debió al activismo de sus bases y, muy señaladamente, al activismo de los partidarios del movimiento cívico.
Ya veremos con cuantos puestos de elección popular contarán los chuchos. Está claro, sin embargo, que el escenario será mucho muy diferente del de 2006. Entonces, López Obrador dejó el partido y su lucha electoral a los grupos tribales del PRD. Muchos condenamos esa displicencia del candidato presidencial, porque a ojos vistas estaba generando un conflicto que ahora estalló y le estalló a él mismo. Nunca fueron tan favorecidos los chuchos como entonces. Fue su gran momento. Acapararon los puestos de elección popular y la misma dirección del partido. En el PRD hay feudos, como en los demás partidos. El DF fue feudo de los chuchos; Guerrero, de un par de grupos diferentes; Zacatecas, de otros dos; el estado de México, de una coalición regional hoy perdedora; Chiapas, de los chuchos, aliados con Sabines; Michoacán, de los cardenistas. En 2006 todos se sometieron a la corriente de Ortega; ahora cada uno va a buscar su propio lugar de provecho.
Los chuchos, en esta ocasión, han sido muy maltratados por anteriores aliados; pero con ninguno de ellos se confrontaron. Fue un error garrafal de ellos hacerlo con el poderoso movimiento cívico de López Obrador y, además, eligieron muy mal el lugar, el DF, en donde su hegemonía era hasta hace poco total. Su insaciable sed de poder, que en la mayoría de los casos es sólo centavismo, avasalló y apabulló a los diferentes grupos y corrientes del partido en la capital. A un cierto punto, éstos decidieron unirse y defender sus propios intereses. Surgió así Izquierda Unida, un mosaico indescifrable que cada vez adquiere mayor cohesión. Reivindicaron su participación en el movimiento cívico y dieron la batalla.
Hasta que tuvimos que dar nuestra lucha por el petróleo, López Obrador fue muy reticente a inmiscuirse en la vida del partido. La actitud claudicante de la dirigencia nacional del PRD lo decidió a apoyar a Izquierda Unida. Esta coalición le ganó a la mafia de Arce y Círigo la dirección capitalina del PRD y también la elección de candidatos para las elecciones de 2009. El feudo chuchista se hizo añicos en un abrir y cerrar de ojos. Arce y Círigo no se resignaron. Derrocharon dinero y recursos de todo tipo, hasta violentos, y todavía no se sabe cómo lograron que el TEPJF provocara el incidente que ya traté en otra entrega. Rafael Acosta, candidato del PT apoyado por López Obrador, aceptó que su candidatura fuera el conducto para la rebelión cívica que López Obrador propuso en contra de la imposición del TEPJF. Y triunfó.
Iztapalapa tiene un triple valor simbólico: para la ciudadanía, para el movimiento cívico y para el PRD. Los ciudadanos en esa delegación dieron muestra de que saben usar de los medios que la ley les pone a mano para imponer la justicia electoral. El movimiento cívico sabe ya que es y puede ser muy efectivo para revertir tendencias corruptas y traidoras de los partidos políticos amamantados por el poder. Los perredistas saben ahora que no están solos ni a merced de sus dirigentes mafiosos, corrompidos y corruptores; ahora han podido ver que ese gran movimiento cívico no se desentiende de ellos cuando se busca avasallarlos y degradarlos. Ese movimiento está presente en el PRD y representa la única esperanza de su rencauzamiento y su refundación.
Salvar el registro del PT y de Convergencia no era sólo un interés parcial de sus dirigentes, sino del mismo movimiento cívico que nació sobre los hombros de la coalición del Frente Amplio Progresista. El movimiento cívico no podía permitir que esos partidos, que permanecieron fieles a su líder y que fueron adversados por los dirigentes del PRD (Carlos Navarrete propuso que se disolvieran en el PRD), perdieran su registro y desaparecieran. En el caso de Iztapalapa, el PT ayudó a revertir en los hechos el arbitrario fallo del TEPJF. Esos partidos sieguen siendo puntales del movimiento y en el PRD hay todavía cuentas pendientes por saldar. Los chuchos, con las elecciones, perdieron también su corrupto dominio del partido.
Si se dice que el PRD fue un perdedor, se estará en lo justo. Pero los verdaderos perredistas y el movimiento cívico salieron triunfantes. Los primeros porque se reposicionaron para rescatar y refundar a su partido; el segundo, porque mostró que no es ajeno a la política de partidos y que tiene con qué dar la lucha. Los perdedores son los chuchos junto con Calderón.