Dick Cheney, el ex vicepresidente de Estados Unidos, ya había roto con las reglas no escritas de la política cuando decidió atacar la línea de cambio del presidente Barack Obama.
Hoy, Cheney resolvió abrir un segundo e inesperado frente de batalla, al descargar su frustración contra su antiguo jefe, el ex presidente, George W. Bush, a quien acusó de haberse convertido en un político “blando y ordinario” al final de su mandato y de haberse alejado de sus consejos y de sus afectos.
Las aceradas críticas de Cheney, un hombre a quien el actual vicepresidente, Joe Biden, ha definido como “el vicepresidente más peligroso en la historia de Estados Unidos”, encontraron en The Washington Post el vehículo ideal para adelantar no sólo esos ataques contra su antiguo jefe, sino para tratar de asegurarle unas ventas millonarias del libro de memorias que saldrá a la venta en la primavera de 2011.
Para un hombre a quien muchos criticaban por haber llevado demasiado lejos su lealtad hacia el presidente —y viceversa—, la decisión de romper el silencio y desmentir el mito de su amistad con W. Bush, sólo ha confirmado que Dick Cheney siempre estuvo del lado de él mismo.
“Esto demuestra que Cheney siempre fue y sigue siendo un monstruo maquiavélico”, aseguró Joseph P. Briggs, analista político, en alusión a las motivaciones reales de Dick Cheney para escribir unas memorias que abarcarán desde sus años como colaborador del ex presidente Gerald Ford, hasta su cargo como vicepresidente con W. Bush.
Según testimonios recabados por The Washington Post entre colaboradores y amigos de Dick Cheney, el ex vicepresidente experimentó el alejamiento gradual de su jefe conforme se adentraban en su segundo mandato. Aparentemente, el dramático desplome de la imagen del presidente en los sondeos (los índices de popularidad más bajos en la historia de un mandato) y el desgaste gradual de la relación personal, habrían influido en Bush para distanciarse de los consejos de Cheney.
Esta decisión generó la frustración de un hombre que hoy no piensa morderse la lengua para declarar abiertamente que el ex presidente lo decepcionó no sólo por no escuchar y seguir sus consejos, sino por haberse convertido “en rehén de las encuestas”.
Que Cheney haya decidido dejar constancia de su enojo contra su antiguo jefe a través de un libro y de la primera plana del Post no es un algo habitual en la política de Estados Unidos donde, salvo muy contadas excepciones, la lealtad hacia al presidente siempre ha sido sinónimo de lealtad a la nación.
De ahí la excepcionalidad de un acto que Cheney se ha cuidado mucho de que no sea visto como un ejemplo de traición, como ocurrió con el antiguo portavoz, Scott McLellan, quien escribió un libro en el que acusó al W. Bush de no haber dicho la verdad sobre sus motivos para invadir Irak en 2003.
“El ex vicepresidente está en todo su derecho de hablar ahora que ya no está en el cargo”, dijo en una charla telefónica Stephen Hayes, el biógrafo personal de Cheney y uno de los hombres que le respaldaron hasta el final en la tesis de que el ex líder iraquí, Sadam Hussein, tenía vínculos con la organización terrorista Al-Qaeda, algo que nunca se probó.
La defensa de los más leales de Cheney contrasta, sin embargo, con la percepción de la mayoría de los analistas que coinciden en señalar que, tras la manufactura del libro, lo que realmente se esconde es la venganza del ex vicepresidente contra el hombre que le negó el perdón presidencial a su amigo y colaborador Lewis “Scooter” Libby. El ex jefe de gabinete de Cheney fue procesado y condenado por filtrar la identidad secreta de la agente de la CIA Valerie Plame para vengarse de su marido, el diplomático, Joseph Wilson, quien acusó a Bush de haber “distorsionado” la realidad para atacar Irak.
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