La cumbre se desarrolló en un clima de alta tensión y tuvo que ser el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, inspirador de Unasur, quien a última hora de la tarde, diera un puñetazo en la mesa, lamentando que la reunión fuera retransmitida por televisión, y exigiendo que terminaran los duros enfrentamientos personales que se desarrollaban a varias bandas, para intentar un rápido acuerdo de mínimos. Su llamamiento no consiguió tranquilizar completamente los ánimos pero tuvo resultado.
La cumbre, que se celebró ante las cámaras por deseo del presidente Álvaro Uribe, no logró ningún acuerdo sustancial: Colombia no acepta que nadie ponga en duda su derecho a firmar acuerdos con terceros países para luchar contra el narcotráfico y el terrorismo, y la mayoría de los países presentes desconfía de que ese acuerdo no vaya a implicar, en realidad, una mayor injerencia militar de Estados Unidos en la región.
En cualquier caso, la reunión implicó algo importante: por primera vez en la historia, los países de América Latina han debatido entre ellos un cuestión altamente polémica y delicada: la presencia militar de países terceros, un asunto que siempre ha tenido una enorme repercusión en América Latina y que sigue suscitando fuertes polémicas.
El debate tuvo aspectos muy significativos. El presidente brasileño dio la impresión de que su principal preocupación era mantener vivo el organismo suramericano. Ofreció todo tipo de muestras de respeto a la soberanía colombiana, pero no ocultó su inquietud por el uso conjunto de las bases. Lula dejó entrever una de sus grandes preocupaciones: la posición de los "países ricos" respecto a la Amazonía, que comparten varios países latinoamericanos. "Ellos se creen que la Amazonia es suya, pero no es así. Es nuestro problema, y somos nosotros quienes deberíamos reunirnos para tratar los problemas ambientales", sugirió.
El presidente brasileño planteó también la posibilidad de que Unasur solicite una cumbre con el presidente norteamericano, Barack Obama, para debatir el papel de Estados Unidos en América Latina, una iniciativa a la que se opuso Colombia, que recordó que Washington ya está presente, de pleno derecho, en otro organismo, la OEA.
El protagonista de la reunión fue, sin embargo, el presidente colombiano. Álvaro Uribe intentó presentar el acuerdo que permite el uso de siete bases colombianas por parte de tropas estadounidenses como una simple ampliación de la cooperación militar que ya existe entre los dos países, enfocada en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Leyó una larga lista de acuerdos anteriores y recordó que Colombia ha sufrido enormemente por culpa del narcotráfico y el terrorismo. Reprochó a los otros países latinoamericanos que su apoyo se haya limitado a declaraciones verbales y señaló que Estados Unidos era el único que había ofrecido a su país una ayuda práctica y eficaz.
En todo el discurso del presidente colombiano hubo una sola referencia al contenido exacto del acuerdo con Estados Unidos. "El artículo 3", afirmó, "establece que las bases no se pueden usar para asuntos internos de otros Estados", una aclaración que pareció insuficiente a los demás presidentes, según dejaron de manifiesto casi todos los demás oradores.
Tanto el presidente venezolano, Hugo Chávez, como el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, intentaron centrar la discusión, no en las intenciones de Colombia, sino de Estados Unidos. Pidieron a Uribe que facilitara a Unasur el texto completo del acuerdo e insistieron en que las facilidades militares que se conceden en el pacto con Estados Unidos rebasan ampliamente las características de la lucha contra el narcotráfico.
Chávez leyó varios párrafos de un documento norteamericano que está colgado en Internet y que, según afirmó, resume las necesidades estratégicas de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y alude a la necesidad de usar bases en distintos países.
La presidenta argentina, anfitriona, intentó finalmente la salida del embrollo: plantear el asunto de las bases colombianas en un entorno más general en el que se discutan, con detalle y en el plano técnico, medidas de confianza militar recíprocas. Y planteó la posibilidad de que una misión del Consejo Suramericano de Defensa visite Colombia. La presidenta de Chile, Michele Bachelet, apoyó plenamente la idea.
Todo el mundo contuvo la respiración para ver si Chávez y Uribe, que se habían intercambiado largos reproches, aceptaban la momentánea salida de la crisis. La última intervención de Chávez estuvo a punto de lanzar otra vez todo por el aire con una velada acusación de que paramilitares colombianos habían intentado matarlo. Uribe exigió pruebas y la temperatura subió muchos grados. Fue entonces cuando Lula dio un simbólico puñetazo, pidió que se acabaran los enfrentamientos y se examinara el documento final, que fue aprobado sin mayores problemas.
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