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jueves, 13 de agosto de 2009

América Latina: sigue el garrote

América Latina: sigue el garrote
Ángel Guerra Cabrera

La instalación de bases militares de Estados Unidos en Colombia es un paso complementario al restablecimiento de la IV Flota y demuestra la prevalencia de la opción militar en su trato con América Latina. Olvídense de la zanahoria”. Si el golpe de Estado en Honduras –que sin el aliento de Washington no se habría sostenido 24 horas– no fuera suficiente amenaza para el orden constitucional y el progreso social en nuestra América, la instalación de esas bases militares en un área tan sensible estratégicamente hace de aquel un hecho mucho más grave y amenazante. Chávez no exagera un ápice cuando alerta sobre vientos de guerra en la región. Con las de Aruba y Curazao, serán nueve las instalaciones estadunidenses que cercan a Venezuela. Los golpistas de Honduras, mientras tanto, continúan ganando tiempo con la mediación de Arias, concebida para eso por la señora Clinton.

Lo anterior nos lleva a una evaluación preliminar de la política de Obama hacia América Latina a poco más de seis meses de su estreno como presidente de Estados Unidos. Sin poner necesariamente en duda su sinceridad cuando durante la Cumbre de las Américas habló de una nueva época en las relaciones de Washington con sus vecinos, lo sustantivo es en qué medida esa promesa se ha expresado en un cambio de política. Y puede constatarse que salvo en ciertos aspectos de forma, en el fondo la ejecutoria de esta administración hacia América Latina muestra más continuidad que ruptura respecto a la de George W. Bush.

He aquí algunas pinceladas. Han continuado la arremetida mediática y los planes desestabilizadores contra los gobiernos populares y progresistas de la región, con particular énfasis en Venezuela, Bolivia y Ecuador, pero también en Nicaragua, Argentina, Paraguay y Guatemala. No es sólo el presupuesto de guerra el que ha aumentado con Obama, también el dedicado a la “defensa de la democracia” en América Latina, distribuido por fundaciones y ONG fachadas de la CIA e íntegramente consagrado a la subversión.

Aunque ha desechado la retórica gansteril y promovido un ambiente relativamente más distendido hacia Cuba, Obama mantiene intactos el bloqueo y la prohibición de viajar a los estadunidenses y sus funcionarios enarbolan a menudo la exigencia de un cambio del sistema político de la isla. Salvo para impedir la visita de sus esposas, Washington hace como que no existieran los cinco antiterroristas cubanos injustamente presos. Continúan en pie las duras condiciones impuestas en el tramo final de Bush a la venta de alimentos a la isla por una excepción al bloqueo y las multas a las empresas que realizan algún comercio con ella, incluso de equipos médicos.

Más allá de las vagas promesas de siempre, no hay ningún avance tampoco en el trato a los inmigrantes en Estados Unidos pese a la enorme importancia de este tema en la agenda política con América Latina. Continúa el fariseísmo de la potencia en lo concerniente al narcotráfico al eludir su cuota máxima de responsabilidad por constituir el primer narcomercado del mundo, de donde fluyen a raudales el dinero y las armas que alimentan el negocio y desangran a nuestros países, como acontece en México. De la misma manera, obvia otras raíces de este flagelo en la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades para los jóvenes imperantes en las sociedades latinoamericanas, todas consecuencia de sus prácticas de saqueo y explotación, agravadas al extremo por las desastrosas políticas neoliberales. Y es que las llamadas guerras contra el narcotráfico y el terrorismo no son más que pretextos de Washington –como antes lo fue el comunismo– para redoblar el control militar y la represión de los pueblos de América Latina y el Caribe.

Insulta la inteligencia la explicación de Estados Unidos y Uribe de que van a combatir el narcotráfico y el terrorismo con las nuevas bases. No será, por cierto, el terrorismo del Plan Colombia. La sofisticada tecnología, las aeronaves de combate, portaviones y submarinos nucleares que se desplegarán en Colombia y sus aguas auguran nuevas violaciones a la soberanía territorial de sus vecinos, como ya ocurrió en Ecuador con el ataque al campamento del negociador de las FARC Raúl Reyes. Aquello fue un pequeño ensayo de la guerra a la que Washington empuja a su aliado colombiano contra los movimientos y gobiernos populares, que le garantice también el control de los recursos naturales de la región.
La Jornada.
aguerra_123@yahoo.com.mx

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